La Adoración de los Pastores es un óleo sobre lienzo situado en el presbiterio de la Ermita de Nuestra Señora de los Reyes, en Las Palmas de Gran Canaria. En el testero del presbiterio se localizan el Altar Mayor, con un retablo-hornacina de piedra labrada y dos lienzos de gran formato: La Adoración de los Reyes Magos, de procedencia y autoría desconocidas, situado a la izquierda y La Adoración de los Pastores a la derecha, obra del pintor Cristóbal Hernández de Quintana (1651-1725). Los dos cuadros desarrollan una temática de naturaleza religiosa relacionada con el tema de la Natividad de Jesús.

La Ermita de Nuestra Señora de los Reyes conserva un patrimonio artístico de gran riqueza e interés, con piezas escultóricas y pictóricas de los siglos XVI, XVII y XVIII. Esta Ermita se asienta en el mismo solar donde estuvo la primitiva Ermita de San Marcos. Fue una edificación financiada por el Cabildo Catedral en 1526, que se comprometía, no sólo a su edificación, sino a llevar su administración y a la celebración de una procesión anual el día de San Marcos, a quien se consideraba protector frente a las epidemias. Pese a estar edificada cerca de la muralla sur de la ciudad, fue una de las ermitas que sucumbió durante el ataque del pirata holandés Pieter van der Roes a la ciudad en 1599. Su reconstrucción en el siglo XVII supuso el cambio de advocación y pasó a llamarse de Nuestra Señora de los Reyes en conmemoración de la Epifanía. El actual edificio fue reedificado alrededor de 1940 y está integrado en el Convento y Centro de enseñanza de las Adoratrices del Santísimo Sacramento.

En este lienzo se representa el momento de la Adoración de los Pastores, acontecimiento que narra Lucas en su Evangelio de manera muy escueta. La representación en el arte cristiano de la “Adoración al Niño Jesús” es anterior al siglo XV y sustituyó al motivo bizantino del “Alumbramiento”. Desde entonces en lugar de representar a María acostada junto al Niño, se representa sentada o arrodillada junto a él. En este caso la escena transcurre en el interior de una gruta. María en el centro de la composición arropa y muestra al Niño que aparece sobre un manto de heno. A su derecha la figura de San José y el buey, mientras que a la izquierda aparecen dos pastores y una pastora. La escena se completa con la presencia de dos ángeles en el cielo que anuncian este acontecimiento.

Esta obra pictórica está atribuida al pintor Cristóbal Hernández de Quintana, considerado como el pintor más representativo de la pintura barroca en Canarias, sin embargo, su figura y su obra cayeron en el olvido hasta llegar el siglo XX, cuando diferentes estudiosos empiezan a analizar su producción y darle el lugar meritorio que le corresponde. Toda su producción artística es de carácter religioso. Supo comprender la mentalidad de su tiempo, las preferencias culturales y religiosas de entonces y plasmarlas en sus obras. Existen dos claras influencias en su producción pictórica: la Escuela Andaluza de principios del siglo XVII, concretamente del pintor Juan de Roelas, y la influencia de la pintura flamenca del siglo XV. El uso de los grabados y las estampas de obras artísticas como herramienta de trabajo en su taller permiten situar a este pintor y a Canarias en los circuitos internacionales compartiendo modelos iconográficos con Europa y América.

Se aprecia en toda su obra una gran belleza en las formas y un uso del color que le acercan al estilo de Murillo, sin embargo, se considera que existe un aire arcaizante en su pintura. Era partidario de un dibujo muy preciso y recoge la inspiración de los pintores flamencos a la hora de tratar las vestimentas, donde domina el empleo de pliegues angulosos. Al igual que muchos pintores del siglo XV utilizó magistralmente las transparencias a la hora de representar velos y encajes como ocurre en el velo que enmarca el rostro de la Virgen. Su repertorio de composiciones y tipos humanos es bastante limitado. Repite los mismos rostros y actitudes en sus pinturas, lo que en ocasiones hace su estilo fácilmente reconocible. Destaca el uso de una paleta de colores muy luminosos donde prevalecen los blancos, grises, ocres, rojos y azules. En el caso de las carnaciones femeninas, como el de esta Virgen María que, con gran delicadeza, mira a su Hijo, utiliza un matiz ligeramente azulado que aporta una gran belleza. Para las carnaciones masculinas usa tonalidades cobrizas, como en el caso de los pastores o de San José.