DE TU INTERÉS: Muertos en la isla.

No. No se trata de la última película de Quentin Tarantino o de una reseña sobre una nueva entrega de la infame saga de Creepshow.

A lo largo de los más de dos mil años de historia de presencia humana en Gran Canaria, el número de personas que han nacido, vivido y desaparecido en ella debe contarse por varios millones. Y dado que la muerte no deja de ser parte de la vida, ¿a dónde ha ido toda esta gente?

Las necrópolis, las “ciudades de los muertos”, han sido un elemento cultural constante en la historia de Gran Canaria desde tiempos prehispánicos. No obstante, muy posiblemente la relación con los muertos en esta época debió de haber sido algo diferente a la que tenemos en la actualidad. Aun existiendo espacios bien diferenciados para ellos, hay ejemplos como La Guancha-El Agujero, en donde las casas de los vivos se entremezclan con las casas de los muertos: los túmulos.


Sin embargo, no parece ser este el esquema más común. Existieron y aún existen inmensos espacios dedicados exclusivamente a la muerte. El Maipés de Agaete o Arteara son sus ejemplos más destacados, pero entre los ya desaparecidos cabe destacar la gigantesca necrópolis de La Isleta o el Barranco de Guayadeque, de cuyas cuevas proceden algunos de los ejemplos más destacados de mirlados o cadáveres preservados en fardos funerarios, las mal llamadas “momias” canarias. Toda la isla está salpicada de solapones, cuevas, cistas o pequeñas agrupaciones de túmulos funerarios.

Pero son menos de los que cabría esperar, tras 1.500 años de cultura prehispánica. El resto ¿dónde está? Durante siglos, los restos humanos encontraron un uso muy curioso: abono para los cultivos. Al fin y al cabo, para los nuevos canarios llegados desde Europa no dejaban de ser muertos paganos y una fuente rápida, rica y abundante de calcio y nitritos para la agricultura. Tampoco deja de ser paradójico y hasta poético que su destino final hubiese sido el de propiciar el desarrollo de nueva vida. Quedan en la toponimia abundantes referencias a estas fuentes de nutrientes agrícolas: Montaña de los Huesos, Las Huesas, etc.

A lo largo del siglo XIX fue otra la razón de la desaparición de “poblaciones” enteras de muertos. En esta época, el nacimiento de la ciencia moderna y, en concreto, de la antropología física, hacía que para la definición de los tipos humanos se emplearan exclusivamente cráneos y huesos largos; el resto del esqueleto carecía de interés, y no se tenía consciencia de la importancia de la preservación y estudio in situ de los yacimientos arqueológicos. Por ello, fueron muy abundantes los enterramientos “rebuscados” para extraer estos huesos, obviamente sin la metodología científica de la actualidad. No fueron expolios. Simplemente fueron el resultado de una etapa en la historia de la ciencia moderna.

Cabría pensar que todos los muertos de la etapa posterior a la conquista de Gran Canaria se encuentran en nuestros cementerios. Craso error. Los cementerios civiles no aparecen en España hasta el siglo XIX. Hasta esa fecha, los únicos espacios sagrados en los que nuestros queridos familiares podían esperar pacientemente el juicio final y el definitivo ascenso a la gloria eterna eran ermitas, iglesias, catedrales, conventos…

Por ello, su subsuelo está plagado de muertos, unos sobre otros, los más recientes mezclados con los más antiguos; muchos retirados de sus supuestas moradas definitivas y amontonados en osarios para dejar sitio a los nuevos. Y es que aquí no hay sitio para tanta gente.

Existía en esta época una práctica curiosa que además se asocia a las clases más pudientes: muchos pedían en sus testamentos ser enterrados lo más cerca posible del altar mayor de una iglesia para estar más cerca de Dios y ser de los primeros en ser salvados, pero otros, por el contrario, pedían ser enterrados a la entrada, para ser constantemente pisoteados por los feligreses entrantes y salientes, en un acto de autohumillación, humildad y martirio que les hiciera ganar puntos de cara a la salvación definitiva. Puede que algo hicieran en vida que les carcomía la conciencia hasta ese punto y quisieran purgar sus malas acciones tras la muerte, cuando ya ningún bien podían hacer a sus semejantes. Quién sabe…

Hay quien defiende que de hecho hay tres muertes: la física o primera muerte; la muerte espiritual que significa el hecho que los que te recuerdan lo hagan de una manera cada vez más desdibujada y alejada de lo que realmente fuiste en vida; y la muerte definitiva, que llega cuando muere la última persona que se acuerda de ti.

Quizás para evitar esto, ponemos nombre a las lápidas del cementerio.

En suma: disfruten de la vida, que después viene todo esto… O no viene nada, depende de lo que cada uno crea.