Esta pieza escultórica de bulto redondo es una representación de la advocación religiosa de la Inmaculada Concepción. Se eleva sobre una peana hexagonal realizada en madera y dorada donde se aprecia una decoración floral grabada con punzón sobre el dorado.
María aparece representada como una mujer joven de cabellos largos y oscuros, cuya cabeza se corona con una aureola de doce estrellas haciendo referencia a la aparición, en el Apocalipsis de San Juan, de una figura femenina triunfante con la aureola solar y doce estrellas de ocho puntas alrededor de la cabeza. Sus manos se unen en oración delante del pecho.
Tal y como corresponde a la tradicional iconografía de la Inmaculada Concepción, viste un traje blanco y lleva un manto azul. Llama la atención el minucioso trabajo de decoración de las vestiduras definidas por numerosos pliegues que enmascaran la figura. Esta decoración presenta formas vegetales y geométricas realizadas con la técnica del estofado, es decir, se aplica un color sobre una superficie dorada y se elimina el color haciendo un dibujo de manera que aparece el oro subyacente, es como realizar un esgrafiado sobre el oro. Calza unas sencillas sandalias marrones pero, a diferencia de otras representaciones de esta iconografía, no aparece pisando una serpiente como símbolo del mal.
El culto a la Inmaculada Concepción de María tuvo una notable presencia en Canarias desde el tiempo de la conquista, por lo que encontró en las islas un terreno abonado para fructificar durante el periodo del Antiguo Régimen. Durante esta época esta temática tuvo una gran difusión devocional y artística de la mano de la orden de los franciscanos, grandes defensores de la Virgen y de su inmaculada concepción. Es a los franciscanos a quienes se encomienda la evangelización de las Islas Canarias lo cual explica la difusión de su culto en Canarias y en el Nuevo Mundo.
A diferencia del caso que nos ocupa, en algunas ocasiones se ha representado a la Inmaculada Concepción llevando un Niño Jesús en brazos, como podemos contemplar en la Iglesia de la Inmaculada Concepción de Jinámar donde puede contemplarse una pequeña talla del siglo XVI que responde a dicho modelo iconográfico. Este tipo de iconografía la utilizaron mucho los franciscanos y la exportaron al Nuevo Mundo. La Inmaculada Concepción es el privilegio en virtud del cual la Virgen María es la única que fue concebida sin pecado entre todos los descendientes de Adán y Eva. Desde el punto de vista iconográfico este tema casi no aparece en la Edad Media y surge mucho después de la aparición de representaciones tales como las Vírgenes de Piedad o de Majestad. La creencia en que la Virgen, desde su concepción, estuvo exenta de la mácula del pecado original fue ganando terreno a partir del siglo IX. Si los franciscanos tomaron partido por esta tesis, los jesuitas serán los grandes defensores de esta creencia en el siglo XVI y será en el Concilio de Trento donde se consagre realmente su triunfo.
En 1644 la fiesta de la Inmaculada Concepción se difundió en España en la jerarquía de las grandes y obligatorias, esto explica la importancia de este tema en la pintura española del siglo XVII. El último paso por dar fue su conversión en dogma para la Iglesia romana en el año 1854, con la Encíclica del Papa Pío IX. Esta pieza escultórica que forma parte del Patrimonio Artístico y Religioso de la Iglesia de San Antonio de Padua de Mogán se encuentra ubicada en la hornacina izquierda del Retablo Mayor y, según fuentes orales, su origen estaría en el antiguo Convento franciscano de San Antonio de Padua (1520- 1835) situado en Gáldar, desde donde se trasladaría a Mogán.