Este óleo sobre tabla está pintado por ambas caras y forma pareja con otra tabla de idénticas características, donde se representan a Santa Lucía en el anverso y La Misa de San Gregorio en el reverso. En este caso la temática desarrollada también es de tipo religioso. Así en el anverso de la tabla se representa la figura de San Juan Bautista en un entorno natural, mientras que en el reverso se narra el martirio de San Juan Evangelista en el interior de una ciudad. El hecho de que estas tablas estén policromadas por ambos lados lleva a pensar que ambas piezas pueden haber sido las hojas abatibles de un tríptico o formar parte de un retablo hoy desmembrado.
Procedían de la Colección Rodríguez Batllori, antes de ser adquiridas por el Cabildo de Gran Canaria, y actualmente forman parte de la colección permanente del Museo Casa de Colón de Las Palmas de Gran Canaria. La tabla está firmada por su autor quien, en la parte inferior derecha del anverso, donde se representa un plinto, escribió la siguiente inscripción: “Mea echo Gummart de Enberes”, nombre que se identifica con la figura del pintor Jacob Grimmaer (Grimer, Grimmer o Griemer) nacido en Amberes en 1520 y fallecido en la misma ciudad en 1590. Su aprendizaje como pintor lo realizó en el taller de Gabriel Bouwens y en los de Mathys Cock y Christian van der Queeckborne, hasta que consiguió el grado de maestro en el Gremio de San Lucas en 1547. El autor se especializó en pintura de género y de historia, así como en el paisaje, demostrando una gran destreza en la representación de ruinas y utilizando unos efectos lumínicos peculiares para su época. Su estilo recoge las influencias de artistas como Joachim Patinir, Quentyn Metsys o Joos van Cleve.
Esta tabla de extraordinaria calidad técnica destaca por el empleo de intensos contrastes de luces y sombras, el tratamiento de las carnaciones, ropajes y elementos metálicos, así como el amor por los detalles, tanto en los paisajes como en los personajes protagonistas de estas escenas. La existencia de este tipo de piezas, procedentes de Flandes, en Canarias se explica gracias a las circunstancias históricas y económicas que se producen en las islas a partir de su incorporación a la Corona de Castilla. Durante la segunda mitad del siglo XV y a lo largo del siglo XVI el arte flamenco experimentó un largo período de florecimiento en el que su influencia se manifestó por todos los rincones de Europa.
Tras el proceso de Conquista existe una destacada presencia de población foránea que llega desde el norte de Europa y que va a asentarse en las islas. Esta población es la que comienza a importar piezas artísticas procedentes de Amberes, Malinas o Bruselas para dotar a los primeros templos que empiezan a construirse y a los primeros habitantes cristianos. Las relaciones socioeconómicas entre Canarias y otros mercados europeos se deben al tráfico del azúcar canario en los mercados del norte de Europa. La Corona de Castilla concedió prioridad al cultivo de la caña de azúcar en las primeras datas o repartimientos de tierras y aguas y fue tal la expansión del cultivo y la comercialización de este producto que las islas tendrían el sobrenombre de “islas del azúcar” en los circuitos mercantiles internacionales. Debido a este tipo de comercio llegan a las islas obras de arte flamencas, productos manufacturados, objetos litúrgicos, devocionales y suntuarios para los templos y capillas privadas, con el objetivo de elevar el prestigio social de los nuevos pobladores.