El portapaz de los Obispos es una de las piezas de orfebrería más significativas del Tesoro Catedralicio. Los portapaces son objetos religiosos que se utilizaban en las misas solemnes para dar a los fieles el beso de la paz de manera honesta y rápida. Hoy en día carecen de una utilidad práctica, pero son piezas que aportan una gran información sobre la liturgia en el pasado y poseen como en este caso una gran calidad artística.
A principios del siglo XX y sin tener noticias claras de su autoría, se atribuyó al orfebre italiano Benvenuto Cellini pero estudios posteriores lo sitúan dentro de la producción del taller de los Becerril. La saga de los Becerril trabajó en la ciudad de Cuenca y son considerados como los orfebres más eminentes de su tiempo, de hecho, se les considera los “Cellini” españoles.
Esta pieza de estilo Renacentista fue un obsequio del Obispo fray Juan de Alzólaras, religioso de San Jerónimo. Personaje que compartió retiro con el rey Carlos V en el Monasterio de Yuste. La primera vez que se tiene constancia de esta pieza es en el Inventario de 1582 y el sobrenombre de Portapaz de los Obispos se recoge en inventarios posteriores como el de 1789. Es una pieza en forma de placa, de pequeño tamaño realizada con materiales preciosos, ya que contiene oro y plata sobredorada. Se estructura en forma de retablo, práctica muy habitual en el siglo XVI. Aparece dividida en tres calles con una hornacina central donde se desarrolla la escena del Calvario bajo un arco de medio punto. A su alrededor y en sendos nichos, se dispone a los cuatro evangelistas ataviados con los atributos que los identifican. Sobre la hornacina dos ángeles llevan una corona que sustenta una amatista. En la parte superior está el ático en cuyo tímpano se escenifica la escena de la Piedad.