El sincretismo cultural tiene otro testigo fundamental en la arquitectura doméstica, tal vez la aportación más importante de la arquitectura canaria, conviviendo en Gran Canaria dos modelos bien diferenciados presentes también en todo el Mediterráneo Atlántico.
El primero es la casa de tradición castellana y origen romano, con planta cuadrada en torno a un patio con galerías de madera y cubierta de teja a varias aguas, bien difundido en las Islas Occidentales. Pero el modelo más personal y que identifica la arquitectura privada insular es la casa-cubo de tradición mediterránea, desde las islas griegas a Marruecos y Portugal, con patios más estrechos y cubiertas de azotea, también muy difundido en las Islas Orientales. Ambas propuestas obedecen a una tradición cultural traída por conquistadores y colonizadores, pero también son una respuesta a un ambiente geográfico nuevo de variados microclimas, adaptándose perfectamente al nuevo entorno.
Se difunden dos grandes tipos, las casas terreras de una planta y las altas de dos pisos, que se extienden por campo y ciudad. El esquema de vivienda con fachada diferenciada, el zaguán en el eje central, el patio cerrado o abierto al que abren las habitaciones y una huerta o patio trasero, se mantiene hasta el mismo siglo XX, como invariante local.
Notable es el cambio producido a partir del siglo XVII, con la aparición de viviendas más altas con entresuelos, patios más esbeltos y espléndidas labores de carpintería.
La casa rural aplica estos modelos de forma más sencilla, excepto en las grandes construcciones de las haciendas, pero con funcionales propuestas derivadas del sentido multiuso de este tipo de arquitectura popular. Entornos como los de Temisas, Agüimes, Barrio de San Francisco en Telde, Arucas o Teror, son preciosas muestras de esa arquitectura sin arquitectos.
Los inmuebles rurales presentan modelos bien definidos y representativos, como las viviendas de planta rectangular, con tejado a dos aguas, algunas con balcones y escaleras exteriores, que se generalizan por todo el centro de la isla. A ellas se suman las viviendas trogloditas; la reutilización de las casas de los antiguos aborígenes o la vivienda de tejado de paja o madera, todas ellas con un fuerte arraigo entre la población campesina hasta bien entrado del siglo XX.
Únicas en Canarias son las casas de campo con balconadas protegidas por muros cortafuegos laterales, tipología que procede del norte de España.
La arquitectura doméstica contemporánea es, en su conjunto, otro capítulo destacado en la historia de la construcción insular. Todos los estilos están representados en las viviendas urbanas y, entre los numerosos ejemplos, sobresalen las casas clasicistas, la sorprendente propuesta arquitectónica global de Arucas, las casas Art Nouveau con exquisitos arabescos en cantería azul, o la variadísima gama de modelos eclécticos producidos por los arquitectos antes citados. Esta secuencia de más de un siglo cambia, totalmente, con la novedad de las casas y edificios racionalistas. Sin duda la aportación más importante de la isla a la arquitectura del siglo pasado, que llega de la mano de Miguel Martín Fernández de la Torre (sin olvidar en ese momento, de nuevo, la presencia de extranjeros como Richard Oppel, o la importancia de las publicaciones que puntualmente les llegan de Europa). El contrapunto lo marca el contemporáneo estilo regionalista, y su sueño de una Gran Canaria reinventada culmina en el Pueblo Canario de Las Palmas del mismo Miguel y, su hermano, Néstor Martín.