Los conquistadores de la isla se encuentran con un paisaje lleno de bosques: palmerales y sauces de Las Palmas, lentiscos o tilos de Teror, Lentiscal o Gáldar, y el más rico y extenso, el mítico bosque de Doramas, entre Teror, Moya y Guía, selva de laurisilva ya muy reducida en el siglo XVI, de la que dan fe restos como los Tilos de Moya; al igual que Tamadaba, Pilancones e Inagua son testigos de los grandes pinares históricos.
La calidad que proporcionaban las especies autóctonas era considerable: el pino-tea, madera básica en toda la arquitectura canaria, o la rica variedad que compone la macaronésica laurisilva (barbuzano, aceviño,viñátigo, til...). Pero a mitad del siglo XVI, solamente setenta años después de la conquista, algunos de esos bosques ya habían desaparecido por distintas razones, entre ellas las numerosas talas auspiciadas por la necesidad de madera en los ingenios azucareros. A partir de entonces, será una constante en la arquitectura insular la necesidad de incrementar la importación de madera de otras islas (en especial de Tenerife y La Palma), pero también de la Península, Europa y América. Se van introduciendo así otros tipos de madera (pinsapo, riga…) que fueron sustituyendo los mermados recursos insulares. La palmera canaria, abundante en toda la isla, fue siempre un material alternativo aunque de limitadas cualidades y se empleó en techumbres o en entramados de los muros de las casas más humildes, pues los grupos de mayor relevancia socioeconómica recurrieron para la construcción de sus viviendas a la compra de madera importada si estaba vetado el corte de la isleña.
Un elemento tan específico de la arquitectura canaria como el balcón ofrece en Gran Canaria una notable representación, tanto de los modelos cubiertos, de tradición castellana y norteña (Las Palmas, Teror, Guía, Telde), como descubiertos, de origen morisco. A la larga, se convierte en una invariante de la arquitectura insular que, a partir del siglo XIX, va sustituyendo el material original por los balcones de hierro forjado.
Muy extendidas por la isla son también las puertas tachonadas o puertas con grandes clavos, presentes en todo tipo de edificios, así como las ventanas de cojinetes, guillotina o de corredera en las galerías de los patios y en los artesonados de inspiración mudéjar. Los balcones cubiertos se caracterizan por contar con un pequeño tejado y pies derechos, mientras los balcones descubiertos son una especie de cajones de corto vuelo que constituyen una tipología típica de la isla, favorecida por el clima y la escasez de madera. Las variadas soluciones dadas a los antepechos de estos balcones subrayan su importancia social y estética en la sociedad grancanaria, tal como se advierte en las delicadas decoraciones con balaustres, celosías, listeles o entrelazos.