A lo largo de los siglos la ciudad se fue dotando de medios defensivos que la protegiesen tanto por mar como por tierra. Ya antes de 1578 el gobernador Don Diego de Megarejo edificó la primitiva muralla norte. Las Palmas de Gran Canaria se convirtió, no sólo en una ciudad fortificada, sino también amurallada, rasgo poco habitual en las ciudades canarias y que compartió con muy pocas localidades (Santa Cruz de Tenerife y Santa Cruz de la Palma).

Lo que hoy en día conocemos como Muralla de Las Palmas se trata de los restos de la Antigua Muralla Norte de la ciudad, cuya finalidad era principalmente defensiva. La muralla primitiva partía desde el desaparecido Castillo de Santa Ana (Torre de Santa Ana), situado en la cercanía de la Ermita de San Pedro González Telmo y Charco de los Abades, continuaba hasta la puerta que, por corresponder al barrio de Triana, tomó este nombre y luego se unía con la "Casamata" (Castillo de Mata), para ascender después por el escarpe del risco hasta el Castillo de San Francisco o del Rey.

Para su confección se emplearon piedra y argamasa, de pared lisa sin contrafuertes, ensanchándose suavemente hasta formar un plano inclinado con la base. En la cara interna y en su parte alta se extendía, a lo largo de toda ella, un amplio corredor o banqueta desde donde la tropa podría defenderla y atacar a su vez.