La actual ciudad de Las Palmas de Gran Canaria se funda en el barrio de Vegueta, se cree que el topónimo surge por situarse en la vega que se extendía alrededor del Real de Las Tres Palmas, por tanto hablar de este barrio es hablar del origen y esencia misma de nuestra ciudad, de su corazón. Y hablar del corazón de Vegueta es hablar de sus plazas, sus ermitas, sus estrechas calles, sus majestuosos edificios, su mercado y sus pilares. Hoy empezamos aquí un recorrido por las Ermitas de Gran Canaria hablando de la Ermita y la Plaza del Espíritu Santo, pero primero, un poco de historia…
Tras la fundación de Las Palmas por el capitán Juan Rejón en 1478, al borde del “río” Guiniguada -como así llamaban los antiguos canarios al barranco- la ciudad se construiría alrededor de su primera plaza pública, la de San Antonio Abad. En el sigo XVI la Ciudad del Real de Las Palmas cuenta ya con 2.500 habitantes, una catedral, dos iglesias conventuales y doce ermitas. Entre ellas, al norte -extramuros-, se encontraba la Ermita del Espíritu Santo, entre las actuales calles León y Castillo y Cebrián.
La ermita original sería destruida por un incendio en el ataque a la ciudad de Pieter van der Does, en 1599. La nueva Ermita del Espíritu Santo, la que conocemos actualmente, no se construirá hasta principios del siglo XVII.
La ermita da nombre a una plaza, la del Espíritu Santo, donde el artista multidisciplinar Manuel Ponce de León y Falcón, diseñará la fuente central y la plazoleta ajardinada. Esta fuente está situada en ese punto en particular para recordar que la nueva red de aguas partía desde este punto al resto de la ciudad.
Se trata de un conjunto de planta cuadrada con un templete y 4 arcos que sostienen una base de decoración floral. Casi tan importante como lo que vemos en ella es lo que no vemos ya que, originalmente, había 4 estatuas de mujer que representaban la arquitectura, la pintura, la escultura y la música y que fueron retiradas a principios del s. XX.
La Ermita del Espíritu Santo tiene una planta sobria y sencilla, con una sola nave que se ensancha en el presbiterio. La techumbre es de madera noble, con bellos grabados al estilo mudejar. Como curiosidad, la existencia de 3 puertas originales, de las cuales, las dos laterales han estado siempre tapiadas. En su interior se encuentran -entre otras- joyas escultóricas como “El Santo Cristo del Buen Fin”, del siglo XVII, que preside el retablo neoclásico, o una de las “Dolorosas” de Luján Pérez. Cabe destacar también el púlpito, las vidrieras, la custodia o la magnífica pila.