La tradición industrial del tabaco en el Archipiélago se remonta a la época de la Conquista. Será a mediados del siglo XIX cuando experimente un extraordinario auge, especialmente después de la crisis de la cochinilla en 1870, iniciándose un nuevo ciclo económico protagonizado por los cultivos del tabaco y de la caña azucarera (vieja conocida desde su introducción a fines del XV). En la isla de Gran Canaria, se desarrollará una potente industria tabaquera, aprovechando las ventajas del Puerto de la Luz como puerto comercial.

Entre los empresarios del sector destaca el nombre de Santiago Gutiérrez Martin, un auténtico pionero de la industria en su isla natal, Gran Canaria. Fue uno de los grandes promotores de la alternativa tabaquera, divulgando entre los pequeños agricultores sus teorías sobre las ventajas y excelencias de su cultivo.

En 1905 abrió una modesta fábrica de cigarrillos en la calle León y Castillo, con el nombre de La Flor Isleña, exportando sus productos incluso a Sudamérica. El aumento de la demanda animó al industrial a ampliar el negocio con la construcción de una factoría de nueva planta equipada con la maquinaria necesaria para la elaboración de cigarrillos, cigarros puros y picadura.

El edificio levantado en 1922 siguiendo las directrices del arquitecto Miguel Martín Fernández de la Torre, tenía una superficie de 1.269 metros cuadrados distribuidos en tres niveles. Contaba con diferentes departamentos para la manufacturación del producto, secadero, almacén y servicios administrativos. En 1937 baja la producción de cigarros puros, dedicando su esfuerzo exclusivamente a la elaboración de cigarrillos creando una nueva marca: Cumbre.

Después de varios años ejerciendo funciones industriales, el edificio albergó un salón de exposiciones de material náutico de una firma comercial. Tras la demolición de gran parte del inmueble, el único recuerdo de esta emblemática empresa es la monumental fachada, uno de los mejores ejemplos de gran arquitectura industrial que conserva la capital grancanaria.

El frontis principal se inscribe en un gran rectángulo, rematado con un cuerpo superior donde figura el nombre de la fábrica que sustituyó a La Flor Isleña. Destaca el paramento almohadillado, la gran balconada central y la elección de detalles artísticos como las pilastras toscanas que flanquean las puertas de la planta baja, la cornisa con dentellones y, especialmente, los óculos laterales, decorados con vidrieras belgas de gran belleza y que pasan casi desapercibidos para el viandante.