El actual molino de gofio de Moya corresponde a la tipología de molino de fuego, al estar accionado por un motor combustión, sustituido hace veinte años por otro eléctrico. Los primeros molinos de esta clase se instalaron en las primeras décadas del siglo XX, destacando los motores de combustión de fabricación inglesa: Ruston, Lister, National y Crossley, principalmente.
La llegada de estos nuevos recursos energéticos hizo que el molinero no dependiera tanto de las condiciones del viento para realizar su trabajo, lo que provocó que tahonas y molinos de viento fueran abandonados debido a sus grandes ventajas respecto a los métodos tradicionales. La capacidad de molturación con estos sistemas era indudablemente mayor, aunque el gofio elaborado se seguía destinando por lo general al consumo local. Estas industrias se concentran en el casco urbano, próximas a las vías de comunicación, facilitando el acceso a los vecinos que acudían con sus granos ya tostados para conseguir el gofio recién molido.
El molino de Moya fue, en su origen, un molino hidráulico. Existe constancia documentada de su existencia en 1846, cuando los señores Díaz y Cerpa venden al presbítero Lorenzo Díaz su parte del molino, convirtiéndose éste en su único titular tres años después. Entre los molineros que estuvieron al frente de la industria figuran la familia Hernández Suárez, Miguel Navarro Guerra y Pedro Rodríguez quien llevó a cabo la restauración integral de la molinería, añadiéndole otra piedra. Hoy es su hijo Manuel quien está al frente de esta histórica instalación.
El molino y la máquina de empaquetado se encuentran situados en la planta baja de un edificio de dos plantas que también funciona como vivienda. El acceso al piso superior se realiza a través de una escalera que da paso al almacén, donde se emplaza la tostadora. A través de un sencillo sistema de cangilones, el millo ya tostado pasa a la tolva del molino.