La denominación del municipio es resultado de la unión de Tirajana, nombre por el que se conocía la zona, con el del santo patrón. La zona sur de la isla experimentó una evolución más tardía que la norteña tras la conquista, caracterizándose por ser una demarcación muy extensa y de población dispersa. Dicha extensión y la lejanía con respecto a los centros más importantes de la época marcó igualmente su evolución, caracterizada por tener la cabecera en la zona alta y un escaso desarrollo en la costa, hasta que en el siglo XX se invirtió la situación con la llegada del turismo.

En San Bartolomé de Tirajana hay presencia de nombres prehispánicos en relación al poblamiento que tuvo en esa época, de los que quedan numerosos vestigios arqueológicos (necrópolis de Arteara, Lomo Galeón, El Llanillo, etc.). Entre los hechos históricos del momento destacan la "batalla de Arguineguín", en tiempos de Jean de Bethencourt, y la presencia de los misioneros mallorquines que fundaron el oratorio de Santa Águeda en El Pajar.

La necrópolis de Arteara, Punta Mujeres o el poblado de Tunte son testigo de la historia prehispánica de la comarca y hoy forman parte de su patrimonio arqueológico, mientras que las minas, los molinos y los acueductos desarrollados por la necesidad de encontrar y trasportar agua son algunas de las infraestructuras que conforman su patrimonio etnográfico.

La ermita de San Bartolomé Apóstol se construyó tras la conquista en el lugar de Tunte, bajo la advocación de San Bartolomé Apóstol. Esto motivó una dualidad toponímica, dado que también permaneció el nombre de Tunte para la cabecera parroquial, aunque el nombre más común para denominarla fue simplemente Tirajana. Como se sabe, este apóstol tiene una presencia importante en Canarias y, de hecho, ha dado lugar a varias localidades homónimas, de las que la grancanaria debe ser de las más antiguas. Junto con la ermita de este apóstol, en el siglo XVI existían las de Santa Lucía, origen del municipio del mismo nombre, y la de Santiago, en El Pinar, de la que apenas quedan unos restos en el Lomito de Santiago, en el Valle de La Plata.

Tradicionalmente el municipio tenía la mayoría de la población en la zona alta y como tal los cultivos predominantes fueron los de medianía. Sin embargo, en la parte baja se instalaron algunas haciendas y así, desde el siglo XVII, Aldea Blanca cuenta con un heredamiento para el aprovechamiento de las aguas. También esa zona se caracterizó por la presencia de grandes propiedades, como sucedió con los predios del condado de la Vega Grande de Guadalupe, obtenidos por la familia antes de que se le concediera el título en 1777. En sus terrenos se construyó la hacienda de Juan Grande, con la ermita dedicada a Nuestra Señora de Guadalupe, construida en 1691 por Alejandro Amoreto, y la Casa Condal de San Fernando de Maspalomas, cuyo oratorio se edificó a finales del siglo XVII. Para la defensa de la desprotegida costa, el rey Carlos II concedió en 1677 la licencia para construir el Castillo de la Santa Cruz del Romeral, inaugurado en 1704.

Los siglos XIX y XX fueron de gran importancia en la trayectoria histórica del municipio. Por una parte, en 1814 se eleva a rango parroquial la ermita de la mártir Santa Lucía, en el pago tirajanero homónimo, constituyendo, además, un ayuntamiento propio, con lo que San Bartolomé asistió a la segregación de una parte de lo que había sido su demarcación desde el siglo XVI. Dada la enorme extensión de la antigua Tirajana, la parte que conformaba el nuevo término de Santa Lucía era de poca proporción en relación al total y no le afectó para seguir siendo el más extenso de Gran Canaria. También en 1890 se inaugura el Faro de Maspalomas, de carácter estratégico de Canarias. 

Durante el siglo XX se experimentaron las mayores transformaciones. Los límites del municipio no sufrieron variación como en la centuria anterior, pero los fuertes cambios que provocó la irrupción de la industria turística modificaron el mapa con el desarrollo de la zona costera, que asumirá desde entonces el protagonismo de la vida tirajanera. Estos cambios no supusieron el traslado oficial de la capitalidad, que permaneció en el viejo núcleo de la Villa de San Bartolomé de Tirajana o Tunte, pero en la práctica la construcción de las oficinas municipales en Maspalomas reflejó la nueva situación creada, con la concentración de la población y de la actividad económica en la zona baja.

Desde el punto de vista del patrimonio histórico, el centro de la Villa de San Bartolomé de Tunte constituye la parte más interesante del municipio. El edificio más importante es la iglesia de San Bartolomé Apóstol, de tres naves y cubierta de madera, con una sencilla fachada neoclásica, cuya reforma finalizó en 1894. En su interior destacan varias obras de arte y la presencia de la devoción a Santiago Apóstol, imagen trasladada en 1864 desde la desaparecida ermita del Pinar. La arquitectura doméstica predominante es la popular, con viviendas con tejados a dos aguas. También son interesantes el cementerio de Tunte con fachada neogótica, declarado monumento, además de muchos inmuebles que se reparten por la extensa jurisdicción y de características muy variadas: cueva-oratorio de Santa Águeda en El Pajar de Arguineguín, molinos, Faro de Maspalomas, Casa Condal y Ermita de San Fernando de Maspalomas, Hacienda de Juan Grande y Ermita de Nuestra Señora de Guadalupe. También son reseñables obras contemporáneas, entre las que destaca el Templo Ecuménico del Salvador en Playa del Inglés. Las fiestas más importantes son las de Santiago en julio y San Bartolomé en agosto, aparte de otras más recientes, pero populares y multitudinarias, como los carnavales de Maspalomas.