La actual Arucas se relaciona con el poblado prehispánico de Arehucas, topónimo que se traduciría como lugar de la cresta o de la trenza, en alusión a su montaña. Destruido u oculto bajo las construcciones de la ciudad renacentista, se conservan aún algunos vestigios que forman parte de su patrimonio arqueológico.
Los cultivos de caña dulce propiciaron el desarrollo económico y social de Arucas desde principios del siglo XVI, convirtiendo el caserío apiñado alrededor de la Ermita de San Juan en ciudad, título que le otorgó la reina regente María Cristina en 1894.
Interesantes construcciones tanto de carácter particular como público conforman un patrimonio arquitectónico singular, donde la convivencia de la arquitectura tradicional con la académica dispone de un común denominador: el uso de la cantería azul, herencia que representa uno de los valores más importantes de su patrimonio etnográfico, junto a las actividades agrícolas, del agua y la sal. Desde 1976 el centro de la ciudad está declarado Conjunto Histórico.
La presencia de agua y la fertilidad de sus tierras facilitaron la producción de la caña, un producto que se trataba para convertirlo en azúcar en los numerosos ingenios que se construyeron en la zona desde principios del siglo XVI. La industria azucarera necesitó mano de obra por lo que la población aumentó en esta época, atraída por la pujanza económica que se mantiene hasta finales de la centuria.
Durante los siglos XVII y XVIII Arucas sufre la crisis que afecta a toda Gran Canaria. Es la etapa de las plantaciones de papas, millo, frutales y granos, cuyos excedentes se exportaban a Tenerife. Por el contrario, el siglo XIX constituyó un momento de renacimiento social y económico en virtud de la incorporación de nuevos cultivos, que traerán un auge sin precedentes. La cochinilla, primero, y el plátano, después, convertirán a Arucas en uno de los ejes económicos de Gran Canaria, lo que se pondrá de manifiesto en la notable renovación de su cabecera municipal.
En esa época se constituye el ayuntamiento que, a pesar de las reticencias, integró a Firgas hasta 1835. La reina regente María Cristina le otorga a Arucas el título de ciudad en 1894, en respuesta al progreso económico y social que evidencia, entre otras cuestiones, la notable actividad cultural, con la creación de casinos, teatro, la edición de periódicos o los colegios.
La villa se estructuraba desde el siglo XVI en dos sectores: la Villa de Abajo, administrativa, con la parroquia de San Juan Bautista y la ermita de San Sebastián, y la Villa de Arriba, núcleo económico con los ingenios azucareros y la ermita de San Pedro Apóstol. Esta organización marcó la disposición alargada de Arucas, que tenía sus extremos en la iglesia parroquial y la ermita del Príncipe de los Apóstoles. A partir de esta estructura, la ciudad asistirá a una notable expansión y reforma interior, vital para su configuración actual y su rico y variado patrimonio histórico, con especial relevancia en los inmuebles relacionados con el patrimonio hidráulico, cuyo exponente más representativo lo encontramos en la Heredad de Aguas y su doble valor arquitectónico y etnográfico.
El perfil constituido por la torreta de la fábrica de ron, a un lado de la ciudad, y las torres de San Juan con la silueta de su Montaña, al otro, son los elementos que le otorgan a Arucas una personalidad paisajística muy marcada, a la que se suma la presencia de los cultivos de plátano que la circundan.
El patrimonio arquitectónico de Arucas es rico en ejemplos de edificios privados singulares que destacan por su utilización de la cantería en los elementos compositivos y ornamentales. Entre ellos, varios de los construidos en la calle Francisco Gourié, como la Casa Blas Rosales, levantada en torno a los años veinte del siglo XX, o la Casa de la familia Blanco "grande", de la misma época. También llaman la atención, entre otras, la Casa de Oviedo Espino, en la calle León y Castillo, y la Casa Marichal, en la plaza de San Juan.
Las fiestas y celebraciones son múltiples a lo largo del año y en todo el municipio. Las principales del centro histórico son las de San Juan Bautita, las "sanjuaneras", y de gran arraigo son el Corpus Christi y la Semana Santa.